viernes, 29 de octubre de 2010

berenjenal


Adivino que me perdí el tren. Resigné el interrogante a la certeza estabilizadora. Suspiro de aquel tedio que alguna vez me convidaste. El aliento de aquellas voces que son los guías que me dictan lo que escriba. No consigo cambiar de idea porque esa idea está sustentada en una sensación de certeza tan realista que es a lo que me aferro cuando desvarío. Es corporal y lo corporal viene enfermando de moquillo y tristeza marchita. Aquello que alguna vez brillaba, la promesa gris que portan los indigentes. Llegué a una conclusión después de delirar el tiempo que me dejó tirada. Lo que pasó sirve para reafirmar las pruebas de lo próximo.
La conmoción primero es dolor y luego, liberación.

lunes, 25 de octubre de 2010

arte marcial

Yo amo a Matashoshi. Matashoshi me ama.
Matashoshi se abraza a mi cintura todas las tardes con tanta intensidad que, a veces, hasta me quita el aire.
Matashoshi es muy protector. Protege a Tomy, la pulga (Yo los llamo pulga y pulgón, sólo para molestarles un poco) Protege la justicia. Siempre que ve una escena que a él le resulta injusta, interviene. A veces de un modo un poco brusco: un golpe seco, una mordida precisa.
Matashoshi construye casas con sillas demasiado cerca de mi escritorio. Creo yo, para dejarme encerrada allí, demasiado cerca suyo.
Matashoshi me observa, casi no habla. Prefiere la cercanía física a la palabra. Yo no puedo retarlo, lo comprendo pues yo amo a Matashoshi.
Matashoshi es muy inquieto. Atraviesa el salón con coreografías extrañas. No puede quedarse sentado por mucho tiempo.

sábado, 9 de octubre de 2010

libro de quejas

I - :
ñññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññ
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ñ
ñañosa y ñoña
pequeña sueña
años de ñaupa
y ñandúes
niños
ñ

II - Ñ

Pequeña despide sueños de ñoña niñez trepada a los tacos que no le caben.
Prefiere y pregunta si las alpargatas le dan más pampa que ñandú en tierra de asfalto.
Refunfuña ñañosa, regaña y sin embargo, añosa ya, añora sueños, aún se engaña.
Siempre lejos, siempre ajenos.
Siempre sueños.

III - siempre breaking away soon.


Qué sabía de las cosas que coinciden. Que los colores de esa pintura eran los colores de ese club, eran los nombres de ese señor -con bigotes largos como siglos- de ese partido, eran los nombres de ese salón, eran los nombres de sus abuelos, eran suyas las coincidencias.
Qué sabía de esos colores, de esa pintura, de ese señor, de ese club, de ese partido, de ese salón, de sus abuelos.
Qué sabía de esas coincidencias que eran suyas como sueños escritos en cuadernos, en lápiz, borroneados y borrados para volver a escribirse con alguna precisión de futuras coincidencias.
Qué sabía de las uñas de fucsia, la cartera de látex verde, los clips para atajarse el pelo, y esa tarde de cerraduras y puertas espiando el porvenir que a penas estuvo se fue.
Qué sabía que esas conversaciones, largas, virtuales, de oficinas aburridas, eran promesas de volver y volver a ver.
Qué no vio. Qué sabía.
Qué sabía y qué no vio.
Qué sabía de los parques, de las noches, de la lluvia, de los libros escritos entre dos.
Qué sabía de esa forma de diamante recitando el café con leche a la mañana siguiente.
Qué sabía de esa fiesta, de ese vaso, de ese caramelo, de ese colectivo, de esa fuga, de ese ponerse un poco más cómoda
Qué sabía que ese material inconcluso espantaría el sueño todas las noches. El mismo sueño que no dormía jamás.
Qué sabía de ese vuelo triple que prometía mirarse a los ojos cuando levantó la vista a su techo y vio escaparse la mirada de uno, no de dos.
Qué sabía del cielo pequeño que guarda cada uno en su pequeña intimidad cuando busca palabras que se entreguen con todas las vocales en la lengua a punto de amarse, luego de amarse, cuando se amaban.
Qué sabía que sería la primera, la última copa de tinto.
Qué sabía de plazas, de milongas, una madrugada, la botella, la amorosa conversación, la dicotomía de la creación de dos autores célebres y la patria plateada.
Qué sabía que esa mañana en la estación iría al otro día a desaparecer.
Qué sabía de ese café cortado, de ese café amargo, de ese café frío, de ese te quiero ahora no te quiero.
Qué sabía
Qué no vio.

jueves, 7 de octubre de 2010

you and I and dominoes

Hacer pie en el arroyo fresco que llega a los tobillos y acomodarse en la piedra para sacar la foto que establece ese instante por siempre, mientras el agua sigue su curso natural y el sonido es silencio y es arrullo cristalino.
Estar sedienta y saciada a la vez. Caminar por el parque que florece de caminos. Mirar las ramas que se entretejen más arriba cada vez. El nido abandonado del hornero. La paloma gorda que aún sostiene esa madera. El gato que se cree leopardo en la inmensidad de ese tronco y te hipnotiza verde y amarillo mientras el sol le ciega la mirada que te escudriña sin pestañear.
Las mañanas tranquilas de la autopista constante. El despertador celular. La pava que no hierva los mates compañeros. El desayuno en la cama. El recuerdo que sigue a los sueños inmediatos cuando los dedos de los pies se desperezan.
Aquellas amistades que murieron en el tiempo. Aquellas que perduran y crecen. Los viejos rencores que quieren transformarse en olvido. Inútil es la indiferencia en las despedidas.
El tren que ya no espero. Los apuntes que boté a la basura. El tejido otra vez empezado, otra vez discontinuado.
Los colegas de siempre a quienes debo mi auténtica voz mientras practico la táctica del silencio a tiempo, de la palabra cuidada a cambio de establecer alguna paz momentánea porque prefiero encontrar los puntos de contacto para evitar los puntos de fuga y de conflicto.
La radio por las mañanas. La radio por las noches. Los mejores momentos son cuando la soledad me pertenece y yo le pertenezco a ella. No me abruma ni me abandona. Me nutro con ella.
Un compañero al que me abrazo por las noches y le peleo las contradicciones durante el día.
El baño de bautismo con sal y vinagre. La música en trance. El sándalo. El teléfono que irrumpe en la calma justo cuando escuchabas los latidos acoplarse a mi respiración.
Los niños que me esperan día a día con sus ocurrencias, sus juegos, sus historias, sus preguntas. Los niños que me piden límites y me piden palabras. Caricias y enojos. Abrazos y miradas.
Estoy aprendiendo a vivir sin quilombos. Estoy aprendiendo a presentar la bandera blanca cuando es momento de tregua.
Y a soltarte, drama.