[Ayer no podía dormir; hacía zapping con los dedos de los pies y se escondía bajo el cubrecamas -que necesita definitivamente y con urgencia una tinturería- pero se cansó de las imágenes de la tele y decidió ir a la habitación donde dormía una de sus hermanas y el disco de jazz que había cesado de sonar hace un rato ya. No miró el reloj. Imaginó que era tarde, tarde como a mitad de la noche. Tiró sus ropas en el desorden que venía de antes. Y entre algunas ropas que traía puestas, se echó a descansar en la oscuridad y con los ojos cerrados.
Al otro día despertó entre luces; sus hermanas se iban a trabajar y ella se quedaría sola ese día. Le daba culpa, se sentía en menos, sus hermanas menores iban a trabajar, tenían una vida normal con actividades y normales, y ella hacía ya un tiempo que estaba desempleada y aún no conseguía ocuparse de su vida. Porque estaba en una "fase" perezosa y evasiva. No se quería hacer cargo de nada y cada vez se hacía cargo de menos cosas. (así funciona la pereza del autoabandono)
Cuando despertó esa manañana al mediodía, espió el reloj. El reloj que indicaba que era hora de levantarse, pero no tenía energías para seguir girando las agujas, quería seguir prolongando como un bebe la estadía en el colchón debajo de las mantas que estaban calientes y no encontraba ninguna actividad que le hiciera ganas de ponerse a actuar. Qué pereza...Qué abandono...Qué juicios. Y los pensamientos de siempre (aquellos del párrafo anterior de la culpa y esas cosas) y ese sueño en donde escapaba con la vieja recepcionista que la dejaba sola luego. Y ella que ahora sentía que la falta de trabajo la tenía mal y sin embargo no hallaba chispas de acción. Los clasificados abandonados yacían en la mesa de la cocina y ella todavía no conseguía la lapicera para anotar los que le parecían. (¿A qué nos aferramos cuando perdemos oportunidades en la vida? Nos aferramos a lo que no tenemos, y por eso no podemos hacer nada con lo que sí tenemos)
Una vez que concilió sus ganas de levantarse de la cama, pues ya era tarde para hacer cualquier cosa que implicara un poco más de audacia que quedarse en casa sin hacer nada. Manera de perder el tiempo. Tenía muchas cosas que hacer, y allí está tirada en la cama sin empezar por lo básico, que implicaba poner un poco de orden a las cosas en la habitación. También bañarse y pagar el cable. Luego estaba el curso, pero no había buscado los materiales para crear el personaje que ya estaba planteado de la vez anterior. Tampoco había llamado a su amiga para arreglar ir al cine esa noche. Tampoco. Tampoco había arreglado su teléfono celular para poder estar reconectada con el mundo celular. Tampoco se había puesto a estudiar. Tampoco estaba pintando, como hacía unas semanas hacía. Y había dejado colgada a otra de sus amigas que estaría por tener familia, y ella que tenía un libro para darle. Es decir, tenía muuchas cosas que hacer, y mientras tanto las prolongaba, por alguna debía comenzar, aunque su impresión era que tenía poco tiempo para todo eso (mientras lo siguiera prolongando tendría cada vez menos tiempo...)
Ahora le remuerde la conciencia a sus años no haber hecho demasiado. Le da rabia. Más bien y por crearse sus propios miedos y prejuicios se habría mantenido casi siempre igual. Puede decir con un poco más de experiencia, pero esa experiencia comienza a agotarla, una vez más. Cuando se encuentra sin rumbo. Cuando se encuentra perdida, cuando se da cuenta de que pierde su tiempo como si su vida no le correspondiera. ]
NON JE NE REGRETTE RIEN (Edith Piaf)
non, je ne regrette rien
non, rien de rien, non, je ne regrette rien
ni le bien qu´on m´a fait, ni le mal
tout ca m´est bien egal
non, rien de rien, non, je ne regrette rien
c´est paye, balaye, oblie, je me fous du passe
avec mes souvenirs j´ai allume le feu
mes shagrins, mes plaisirs,
je n´ai plus bessoin d´eux
balaye les amours avec leurs tremolos
balaye pour tojours
je reparas a zero
non, rien de rien, non, je ne regrette rien
ni le bien qu´on m´a fait, ni le mal
tout ca m´est bien egal
non, rien de rien, non, je ne regrette rien
car ma vie, car me joies
aujourd´hui ca commence avec toi
Este espacio es musicalizado por un CD de la etérnelle Edith Piaf. Lo cierto es que a pesar de que entiendo muy poco, poquísimo del francés, esta canción se puede traducir como "No, no me arrepiento de nada" y entre las cosas que se entienden entre líneas le pasaron muchas cosas y si vivió como canta, pues ha vivido intensamente. Por curiosidad, porque lo cierto es que además de no saber su idioma natal tampoco sabía de su biografía, me dispuse a acercarme a alguna breve reseña de este mundo virtual, donde la información abunda y hay que saber dónde buscar qué. Lo que encontré, si bien breve, fue consistente. Hija de artistas, papá acróbata, mamá cantante de cafés (allá por Paris a comienzos del siglo XX) fue parida en una comisaría cuando su mamá drogada y alcoholizada sintió las contracciones. De niña trabaja en la compañía de sus padres hasta que estos se van de gira y la dejan en la campiña a cargo de su abuela Clarissa, que le daba vino en lugar de agua y de una tía que tenía un burdel. La pobre pibita que cayó en ese ambiente se enfermó de meningitis y quedó ciega, pero su abuela en un gesto de creencia la llevó a la iglesia de Santa Teresita y a la niña le volvió la vista. Creció como pudo y a los 15 años se mudó a Paris mientras se gana la vida como cantante en las calles y en los cafés. Comienza a trabajar en un Burdel y a los 16 queda encinta de una niña que se enferma y muere de meningitis. Luego películas, canciones y amores y una muerte en la ruina adicta a la morfina, allá por los sesenta.
Contrastes. Tenemos a dos personajes que pueden ubicarse en las antípodas uno de otro: la niña que no quiere dejar de ser niña y la niña que no pudo ser niña. Entre medio de estos tiempos y espacios concomitantes a los dos personajes con diferencias coyunturales de base, hay música, historia, obras.
Una cantante actriz amante de mediados del siglo pasado que hizo historia con sus obras, no con su historia. Más bien hizo lo que pudo con su historia, la guardó dentro de una flor con boquilla de plata y se lanzó a hacer algo más allá de esta. Claro que esa flor luego la mató con morfina, anestesiada de los moretones, pero siempre orgullosa y sonriente, ella a pesar de todo no, no se arrepiente de nada.
Una joven en medio de su juventud que aún duda de sus aspiraciones, de si misma, del mundo y de la realidad. Una piba que pasa horas de su vida repasando su historia como en en un cuentito de hadas donde la princesita fue destronada y no sabe qué hacer consigo misma. Le quedó la coronita, pero no sabe para qué usarla. No sabe de si misma, quedó en standby cuando fue el destrono, luego fue la destrucción del reino y luego la raptaron. Algo recuerda de antes, pero está tan pegada a lo que perdió que no puede jugarse a nada. Para entenderse, ella pasa horas hablando de si misma con los demás y consigo misma, pasa horas repasando en las terapias como sus traumas se reflejan en su vida actual, como ella no puede lo que los demás si pueden. ¿Es que acaso los demás tienen coronita? Su analista de turno le explica una vez más acerca del deseo y de la culpa. Y ella aún no quiere entenderlo. Es menos arriesgado, es más seguro así. Tal vez algún día no se arrepienta más de nada.
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