llueve sobre mojado

Se escucha la lluvia a lo lejos y escucho Billie Holiday mientras me recuesto sobre el respaldo de la silla del escritorio y fumo y tomo vino tinto de a sorbos. Mis pequeños vicios luego de un día que no terminaba más hasta que llegué a casa y me pegué una ducha. Estoy sola en casa, ninguna de mis sisters aparecieron esta noche...y eso me da la intimidad y la tranquilidad necesarias para hacer a mi propio ritmo mientras voy descendiendo como la noche desciende esta noche. Mientras me preparo para el sueño me voy dejando acariciar por el jazz mientras imagino en color sepia té a esta mujer que canta acerca de sus hombres...
"Living for you is easy leaving, it´s easy to live when you are in love"
But it´s not actually my current situation so it´s hard to connect to Billy tonight
Sonrío cómplice con mis pensamientos, por más setting the mood que intente, por más billie que escuche, aquí viene el cinismo irónico a sacarme de la fantasía delicada y a insertarme en el pragmatismo que llevo a cuestas. Sonrío una vez más. No puedo fingir por demasiado tiempo algo que no soy. Evidentemente se nota que algo anda descuajeringado y que no estoy siendo honesta del todo...here yace the explanation: por azar o por destino hoy dí con un blog que me tuvo enganchada durante las horas laborales y que admiré por su delicadeza y tinte artístico y no pude evitar leer de principio a fin por pura curiosidad galopante y tiempo al pedo de sobra. Me sonrío otra vez...será el tinto? La envidia no me deja tranquila hasta que no confiese que envidié esas cualidades...pero al mismo tiempo y luego de una reflexión continuada camino a la Facultad de Psicología desde Plaza de Mayo hasta Plaza Once admití que soy lo que soy y no puedo dejar de serlo...qué conclusión iluminada, no? El trasfondo de pensamientos mientras me iba encontrando con el paisaje humano del camino no me dejó otra opción. Admití que trabajo al menos hasta dentro de una semana en el enloquecedor microcentro, y me alimento visual, olfativa y auditivamente de la jungla distorsionante de la paz interior de este microclima citadino. Todas las mañanas de lunes a viernes, si no me quedo dormida a propósito contando los minutos de descuento que me da el despertador y la negra bernasi, me preparo con armas y todo para asesinar aunque sea mentalmente a la gente amontonada que como yo llega justo y un poco tarde a tomar el subte rojo de Corrientes. Corrientes atosigadas de la ciudad de los Buenos Aires contaminados. Son minutos, pero por la mañana en horas pico, cada minuto es tan valioso como sanguinario puede ser su despiste. Y allí espero el próximo subte que me de la posibilidad de entrar a presión aunque sea enredándome de formas extrañas y no concebibles si tuviera otra opción actual de haber utilizado mi valioso tiempo para entrar sin tanto apriete de cuerpos. Somos ganado y hasta los graffittis lo denuncian en alguna estación que ahora no recuerdo. También lo denuncian las caras de ojete de la malasangre argentina. E inclusive lo denuncia uno de los sindicatos más importantes de los trabajadores subterráneos en sus carteles improvisados con tantas quejas como escasas soluciones. As ussual, me inserto de algún modo que me permita mantenerme en pie entre las formas humanas y rezo para que el subte llegue a destino lo antes posible. Cada estación es un suplicio hasta cierto punto, cuando la gente empieza a descender y ya puedo pretender un mejor lugar entre los posibles, pero no puedo pretender por mucho tiempo porque casi toda la manada nos bajamos en la intersección de líneas de otros colores. Allí emprendo la otra combinación y cada vez me pongo más asesina serial en mi imaginación aunque trato de disimularlo lo más posible conteniendo los ataques de ira e indignación que de estallar terminarían por confirmar, (porque sé que es algo que aunque simulamos se nos nota un poquito en los gestos apurados y nerviosos del deber ser cotidiano) el malestar de la cultura en su brutalidad terrorista. Me apuro y me apuran en una danza que además de clásica se transforma en batalla campal si perdemos tan sólo algunos escasos segundos preciados nuestros y del otro que nos empuja de atrás, que nos traba de adelante, que nos codea de costado. Esta parte de la travesía es más tranquila y puedo darme el lujo de tomarme del pasa manos, mirar al horizonte y surfear las curvas en movimiento rápido, con el orgullo de que el viento que entra por las ventanillas me despeina, pero no me desestabiliza los pies que hacen equilibrio para tomar la próxima curva. Veo a los que se desequilibran por no estar concentrados en la próxima loop. Por eso lo digo con orgullo. Luego, si calculé bien el vagón al que me subí, cuando las puertas se abren solo me resta ponerme en fila india a esperar mi turno de paso. Y entonces lo que viene es sólo el trayecto final, subir las escaleras, cruzar el molinete y subir más escaleras hasta que salgo a la calle con la gente que va a sus respectivos destinos habituales. Seguir caminando por un par de cuadras más con el ruido de los colectivos que patotean a los inconscientes peatones, los taxis que los esquivan con suerte y los autos y sus bocinas impacientes, regidos en algunos casos por luces, verdes, amarillas y rojas y en otros casos por la audacia porteña e individualista de la guerra cotidiana.