domingo, 3 de junio de 2007
entre dragones y mariposas
No hay evidencia más pesada para iniciar algún tipo de cambio en nuestras vidas como el dolor de vernos convertidos en lo que no queremos ser. ¿Cómo nos vemos? A través de los ojos del otro, y no de cualquier otro, de un otro que nos significa mucho. De un otro que "nos puede", que puede desatar a las fieras que llevamos dentro, sólo porque nosotros dejamos que sea así. Porque le creemos, le queremos y le odiamos también. Pero lo que odiamos, cuando el otro nos deja a solas con nuestros dragones, es nuestra propia imagen revoltosa. No hay mejor método para revolcarnos en nuestra propia miseria y hacer la terapia de shock que necesitamos para salir de allí, que la indiferencia. Al menos, ese método tan sencillo nos impulsa de un modo revelador que nos indica que somos nosotros ahí los que tenemos que hacer el esfuerzo, poner la voluntad, de recomponernos.
Busco de todos modos, sola allí, postrada en el estupor del silencio, un culpable. Y no tengo a nadie a quien echarle la culpa de mi propio desprecio. Las flechas vuelven hacia a mi y no voy a evadirlas esta vez, por más tiempo. No tengo ni idea de la vida y el amor. Y cito a Kevin Johansen.
Ni idea (samba)
siempre llama y siempre pide
siempre grita y siempre exige
su actitud no existe
y a cambio no da nada, a cambio no da nada
No tiene ni idea, no tiene ni idea
No tiene ni idea de la vida y el amor
Yo sé que un día lloró
Y que alguna vez sufrió
Más yo también lloré
Y también sufrí
Y no trato a nadie así...
Pasa como una tormenta
si no hay problema la inventa
y a cambio no da nada
No tenés ni idea, no tenés ni idea
No tenés ni idea, de la vida y el amor
Rompiste otro corazón
Te fuiste sin ton ni son
y hoy vas a soñar
y vas a recordar
Lo que fue amar...
No tenés ni idea.
Yo me pregunto, ¿cuánto más me voy a dar de changuí?
Yo me pregunto muchas cosas hoy. Y mientras hacía la procesión desde el barrio del once hasta el barrio norte, con la compañía de Led Zeppelin, pensaba, rumiaba, daba vueltas sobre lo mismo. Si ya no me da los resultados que me hacen bien, hacer sin pensar o pensar sin hacer, si ya no más, por qué seguir? Si ya me cansé de amenazar, de exigir atención, de ejercer poder por los medios más detestables para mi autoestima, si me siento mal conmigo misma, si a partir de eso me siento cada vez peor, cada vez más lejos de lo quiero para mi y para los que quiero...y si encima estoy haciendo daño a otros con los descuidos de mi misma, tengo que interrumpir este proceso. Me equivoqué, me permití un desliz, sabiendo que me iba a equivocar, me equivoqué soberbiamente a propósito, queriendo comprobar no sé que cosa que ya había comprobado antes, pero que los instintos hicieron de falta de memoria. Y débil, y confiada, sientiéndome omnipotente, enceguecí, ensordecí. Terca como una mula masoquista, fui a tocar el timbre aquella vez. Y me ví envuelta en lo mismo de siempre. Pero mi cabeza y mi corazón habían cambiado. Me hice consciente de la dependencia vanidosa de la mirada y de la necesidad del otro. De las palabras aduladoras que alimentan el orgullo de la ficción imaginaria del yo, de mi yo. Del deseo del otro, de la debilidad del otro. De la soberbia. De los caprichos. De la bruja manipuladora detrás del antifaz brillante de narciso. Del maltratador que llevo adentro. De la crueldad de cruela débille lucille. Creo que sembré mucho karma negativo en este último tiempo, y no me extraña que los pasos que de se compliquen cada vez más mientras espero el siguiente traspié. Me habré hecho más fuerte y más dura. Habré cultivado la disciplina pulsional y habré protegido los corazones que no supe proteger bien con anterioridad. Prefiero volver a la soledad de ermitaño durante este invierno. No quiero que la primavera me encuentre desgastada y gris otra vez. No quiero pagar más culpas.
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