jueves, 15 de enero de 2009

she´s lost control again


"Le contaré un cuento de hadas, con una condición: no debe preguntarse cuál es la moraleja. Puede sacar la conclusión que prefiera pero le ruego que no me lo pregunte a mí. Demasiadas locuras se nos atribuyen ya. Sin embargo nosotros, para ser precisos, ni siquiera existimos. Son ustedes los que nos crean a nosotros" (Charlas con un diablo, P.D. Ouspensky)


Esta cita es para darle pie a un chispazo que encontró en su inspiración un libro rescatado de todas las mudanzas que vinieron a partir de entonces. Encontrar en las palabras un rescate de ficción ayuda a sobrellevar la mezcla fantaseada y real que es estar vivos. Más si algunos tenemos la tendencia a la evasión, al sueño, a los fantasmas, a la superstición, al cine, a la música, alas poesía, al arte, a la espiritualidad...y a otras tantas otras yerbas.
Hay verdades que se nos revelan a la vez que se nos rebelan si nos ponemos insistentes en entregar nuestra vida por ilusiones pasajeras. Encontramos en la búsqueda rituales que van acompañando esos paisajes de búsqueda que a la vez son consistentes con los paisajes emocionales a los cuales estamos expuestos. El hombre no se alimenta solo del alimento que sabe, gusta. El alimento es dado a través de todos los sentidos. Pueden entender entonces porqué el paisaje ciudad es un paisaje tan tóxico para los seres humanos; tóxico como el paisaje de los humos de negatividad que las envuelven usualmente. No sé qué es reflejo y qué es fuente, si el huevo o la gallina. Pero sé que son correspondientes. En esa correspondencia algunos estamos más ubicados a un lado u otro lado del cuadrante eje: hacia aquí, hacia allá, hacia mí, hacia tí. hacia el cielo, hacia la tierra. Las zonas intermedias, las fronteras, los límites y las curvas asintóticas. ¿sintomáticas? son transiciones. Eso implica movimiento constante aunque imperceptible pero a la vez repetición. El trayecto del viaje hace que si su repetición es siempre constante entonces nos durmamos, nos acostumbremos al paisaje y cabeceemos para encontrar con los ojos cerrados algo que no nos aburra tanto. La mecanicidad nos hace esclavos y nos perdemos el trayecto en el trayecto. Cuando estamos parcialmente ubicados en esta posibilidad, padecemos ansiedad, impaciencia, anhelos, nostalgia. Y para eso está la sociedad de consumo, para que consumamos ilusiones transitorias. Porque algún gérmen prendió de esa cualidad humana, a sabiendas de que estaba construyendo su decadencia. ¿Qué es el tiempo, entonces? Es una vivencia que depende de los paisajes humanos. Cuando los estímulos nos atormentan desde todos los ángulos posibles, estamos acostumbrados a la interrupción que atenta contra la atención. Y la atención nos pacifica. Pero la interrupción nos agrede. Agredemos en consecuencia. Estamos en un estado de alerta constante esperando a que suene la alarma despertador para indicarnos el comienzo y el fin a cada instante, para cumplir con un trayecto que alguna vez elegimos pero nos acostumbramos a padecer con el tiempo. El mecanicismo al cual hemos sido adiestrados nos hace seres más productivos en la cadena de producción de ilusiones transitorias. Autómatas dormidos, pero bien sí eficientes, eficaces, efectivos para la producción en cadena de la oratoria del sinsentido.
¿Pero acaso, hemos elegido aquellos valores o nos hemos adaptado a aquellos valores para no desentonar con la corriente transitiva?
La atención sostiene la paz. El silencio es una marea calma en la cual divagar. Si el silencio nos inquieta, prestemos oídos a aquello que evitamos escuchar. Allí conoceremos a los demonios que hemos dado existencia al fantasear. Oigamos sus silencios, sus vocablos, sus estructuras sintácticas, sus sonidos de fábricas y de oceános, sus diálogos, diferencias, conjugaciones, coreografías polifónicas, saltos y razguños. Aprendamos a distraerlos si nos hacen pisar el palito de la identificación para que soltemos el secreto profesional. Les susurremos frases sin sentido aparente para que pierdan el enganche que nos catapulta a la acción adelantada del autómata de la repetición. Si les creemos, les creamos. Somos seres sugestionables. Por eso si el centro de cada cual es fuerte podemos hacer una diferencia en el juego. Someterse es la contraparte del resentimiento del ser que no elige.
Percibo la inevitable contradicción en la obra, pero confío que esa contradicción es la que produce la paradoja de la excepción a la regla, la mutación. Es un testimonio que prende en las almas que no se resignan a la respuestas ensayadas por otros de los cuestionamientos vitales. En la improvisación, el supuesto error es un camino alternativo que abre otras posibilidades.

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