miércoles, 17 de diciembre de 2008

evangeluciando

(por aquellas que no fui, no seré, y no soy...)

El sólo hecho de pensar en aquellas cosas vedadas para el sano pensamiento, traspasa límites que es conveniente no llevar demasiado lejos, por más que sea en el plano mental virtual imaginario fantasiado. Estos vedados vendados pueden engarzar en el circuito del automambo y llevar las cosas a planos reales de las cuales luego no hay retorno, pues creamos realidad a cada segundo de nuestro existir y toda acción llevada a cabo se inscribe en la mátrix. Luego cuando visitamos lugares ya visitados o cuando nos despedimos de un lugar querido nos damos cuenta de que está todo allí en algún momento de aquel espacio. Que ha quedado impregnado el éter de ese momento, como si pudiéramos ver fantasmas que ya transcurrieron por allí aunque hoy sean sólo imágenes en materia sutil, sólo fantasmas.
Esa sensación tuve cuando volví por segunda vez al hotel, a su jardín, a su bosque serrano y salvaje, a las tres piletas contiguas en círculos concéntricos turqueza brillantes, al lago estanque en dónde habitan las garzas y las víboras de agua que anidan en los arbustos de la costa enmohecida. Ví por un instante hologramas como si proyectara la película de la memoria en ese espacio. Y no fue intencional, por eso mi sorpresa. Es que en esos cielos se cuece algo que se percibe al mirar las estrellas incontables de alguna noche despejada.
Entonces cuando se veda un circuito denso, se abre un portal alternativo de donde rescatar algo que no pudo ser transmitido pero que es impresionantemente más bello que el infierno estancado de cada quien. En la costumbre de contar lo negativo y darle caldo de cultivo a las bacterias de la infección maliciosa, siento que me protejo, pero en realidad me desvalorizo. Me protejo de la envidia, pues no llevo un cordón carmesí en mi muñeca izquierda. Pero me desvalorizo porque ¿quien quiere rodearse de gente que sólo puede saber de amarguras y malos trechos? sólo aquellos que se llevan mal consigo mismos. Yo era la primera en alistarme en esas filas, hasta que algo de esa identidad sobreadaptada y emperifollada se quebró y volví a nacer en esta vida. Reconozco que hoy en día algo de ese amor incondicional a la vida y a sus seres se entorpece con las mezquindades que no han sido del todo limpiadas, pero me he propuesto conocer, entender , saber y experimentar en esta vida lo que se llama comunmente altruismo, o despojarse del ego. Recién soy una infante en todo esto y las pruebas para esta propuesta suelen ser difíciles. Creo que ese camino, que algunos llaman espiritual místico, se alimenta en sí mismo, cuando estamos en nuestro eje centrados y nos sentimos plenos de ser quienes somos por lo que las diferencias con el semejante no representa una amenaza a nuestra identidad y a nuestros intereses. El miedo aquí no tiene cabida. El miedo a nuestro costado erróneo de seres humanos ha sido explorado y sabemos perfectamente quienes somos, qué queremos, que nos hace vibrar y que no queremos cerca. Esto abre lo que la religión judeocristiana se ha encargado de impartir por el camino equivocado de la moral impuesta por leyes ajenas a nuestro corazón, la compasión, la empatía, la piedad. El comprender el lugar del otro al mismo tiempo que nuestro lugar. Esta visión amplificada del panorama nos autorregula. Cuando le estamos pifiando fiero con el otro, nos ordena, nos acota el caprichismo egoísta. Hay que hacerle lugar al otro, y no hay que perder de vista nuestro lugar también. Sino después nos convertiremos en víctimas victimarios resentidos achacadores del otro. Todo este palabrerío de explicaciones no tiene razón de ser sino es práctica comprometida en nuestros espacios de influencia: "en la cancha se ven los pingos"
Hay secretos de felicidad que se llevan bien adentro y no se comparten con nadie hasta la tumba, cuando liberamos también aquello más preciado por nosotros.

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