sábado, 9 de octubre de 2010

libro de quejas

I - :
ñññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññññ
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ñ
ñañosa y ñoña
pequeña sueña
años de ñaupa
y ñandúes
niños
ñ

II - Ñ

Pequeña despide sueños de ñoña niñez trepada a los tacos que no le caben.
Prefiere y pregunta si las alpargatas le dan más pampa que ñandú en tierra de asfalto.
Refunfuña ñañosa, regaña y sin embargo, añosa ya, añora sueños, aún se engaña.
Siempre lejos, siempre ajenos.
Siempre sueños.

III - siempre breaking away soon.


Qué sabía de las cosas que coinciden. Que los colores de esa pintura eran los colores de ese club, eran los nombres de ese señor -con bigotes largos como siglos- de ese partido, eran los nombres de ese salón, eran los nombres de sus abuelos, eran suyas las coincidencias.
Qué sabía de esos colores, de esa pintura, de ese señor, de ese club, de ese partido, de ese salón, de sus abuelos.
Qué sabía de esas coincidencias que eran suyas como sueños escritos en cuadernos, en lápiz, borroneados y borrados para volver a escribirse con alguna precisión de futuras coincidencias.
Qué sabía de las uñas de fucsia, la cartera de látex verde, los clips para atajarse el pelo, y esa tarde de cerraduras y puertas espiando el porvenir que a penas estuvo se fue.
Qué sabía que esas conversaciones, largas, virtuales, de oficinas aburridas, eran promesas de volver y volver a ver.
Qué no vio. Qué sabía.
Qué sabía y qué no vio.
Qué sabía de los parques, de las noches, de la lluvia, de los libros escritos entre dos.
Qué sabía de esa forma de diamante recitando el café con leche a la mañana siguiente.
Qué sabía de esa fiesta, de ese vaso, de ese caramelo, de ese colectivo, de esa fuga, de ese ponerse un poco más cómoda
Qué sabía que ese material inconcluso espantaría el sueño todas las noches. El mismo sueño que no dormía jamás.
Qué sabía de ese vuelo triple que prometía mirarse a los ojos cuando levantó la vista a su techo y vio escaparse la mirada de uno, no de dos.
Qué sabía del cielo pequeño que guarda cada uno en su pequeña intimidad cuando busca palabras que se entreguen con todas las vocales en la lengua a punto de amarse, luego de amarse, cuando se amaban.
Qué sabía que sería la primera, la última copa de tinto.
Qué sabía de plazas, de milongas, una madrugada, la botella, la amorosa conversación, la dicotomía de la creación de dos autores célebres y la patria plateada.
Qué sabía que esa mañana en la estación iría al otro día a desaparecer.
Qué sabía de ese café cortado, de ese café amargo, de ese café frío, de ese te quiero ahora no te quiero.
Qué sabía
Qué no vio.

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