domingo, 26 de junio de 2011

esto es parte del CV

en donde yo trabajo, me convocaron para hacer un taller que tenía que dar a las salas verdes de la institución. el proyecto se convirtió en las cuatro estaciones de Vivaldi, gracias a la coordinadora que me dio muchas ideas hasta que prendió ésta. la idea era trabajar a partir de esa obra musical, pero fundamentalmente a través de la expresión corporal, y la expresión plástica. estas actividades también tenían que transmitir algún tipo de vocabulario en el idioma que se enseña en la institución en donde trabajo.
el souvenir final era una germinación por cada chico. cada uno de los noventa chicos se llevaba como trabajo final, un vasito de plástico transparente con algodón y semillas de lentejas y de poroto blanco, humedecidas. no era la idea de que se las llevaran enmohecidas también, pero es parte de las vicisitudes de trabajar un proyecto. se puede ir mejorando con el tiempo. y se vuelve sobre la marcha si se desvía mucho el propósito inicial.
las semillas que germinaban eran los futuros hijos de los niños que participaron del proyecto. por eso había que ser cuidadoso, porque si tenían nombre los vasitos y pedro tenía más suerte que juana en cuando a las semillas que le tocaron en suerte, el aula más ventilada, o el rincón más espacioso de sol, entonces, los resultados eran mucho más aleatorios que un nombre puesto en un vaso de plástico con algodón y semillas humedecidas. por eso, mejor no le ponemos nombre. o mejor le damos a cada uno su planta del bosque.
hubo un niño, que cuando se enteró de que sus semillas, o su vasito, o el vasito con su nombre escrito en indeleble, habían dado poco, se puso muy triste. tan triste que la señorita en cuestión advirtió esa tristeza y me dijo en el otro idioma, que por favor mirara los ojos de ese niño y que hiciera lo posible para injertarle algunas otras semillas de otros vasitos para que él estuviera mejor que en ese momento. y así lo hice. a algunos de estos chicos les daba lo mismo, si hubieran crecido o cómo hubieran crecido sus semillas, pero a él no. entonces le robé semillas germinadas de las dos clases de plantas y las inserté entre los algodones de su plantita. el niño, no se comió el engaño, pero se puso un poco más feliz, al ver que no era tan terrible. hasta que alguna de sus compañeritas, dijo que no estaba dispuesta a llevarse a su frondosa planta a su casa, que la abandonaría en ese mismo instante, porque no toleraba su olor. y fue entonces que se me ocurrió intervenir, sin antes sentirme un poco dolida de ego, porque la piba esta estaba abandonando algo que yo les había querido facilitar, pero respiré hondo y le dije si no le quería dar la plantita a su compañero que tenía una planta más chica y se moría de ganas de llevársela a casa. ahora sólo había que cambiarle el nombre al vaso.
- yo nunca voy a abandonar ésta plantita, a mis plantitas, nunca.
no es ficción. es realidad.