jueves, 2 de junio de 2011

míster hide

decía que su pasión era la fotografía, pero que no había podido dedicarse a eso porque su padre quería que él fuese abogado. como buen nene de papá, le había hecho caso y había dejado de lado su verdadera pasión para reencontrarla después, a sus treinta y tantos. en el tiempo en el que salimos me mostró unas cuantas fotos que había sacado y como buena nena de papá, siempre le dije que le diera para adelante a su corazón. eran buenas, pero al fin y al cabo, yo que sabía. sólo le podía decir, me gusta esta, me gusta el concepto, me gustan estos colores, me gustan estas manchas, me gusta la idea, me parece copado que le des este enfoque, etc, etc, etc. también le decía, porque tenía dos hijos de diferentes mujeres, que sus mujeres lo debían querer mucho, quizás demasiado, para bancarle las desapariciones frecuentes que lo caracterizaban. un día, me dí cuenta de que en realidad era un adolescente. ví la imagen petrificada, aunque su cuerpo y su vida hubiera seguido veinte años más, algo de él había quedado detenido en ese momento. ahí fue cuando se me cayó del pedestal. porque siempre la culpa la tenía el otro, en especial, las mujeres, pero él no era capaz de tener un poco de reflexión y de responsabilidad al respecto. que te pase una vez está bien, pero que te pase ya dos veces y vayas por la tercera me parece un poco demasiado. y lo digo con todo el respeto del mundo, porque no me interesa juzgar.
compartimos un par de noches, un recital, un año de trabajo creativo, una obra de teatro, una pintada en el planetario el día de la primavera, tres cenas en lugares que no conocía, una noche hermosa en un departamento que tenía una calma especial color sahumerio, sombras nocturnas, música para dormirse, té macrobiótico y galletitas de avena. yo trepaba a su espalda y le hacía masajes. disfrutaba de acostar mi cuerpo sobre su espalda, de acariciarle el pelo, de hacerle cosquillas, de apretarle los puntos de contracturas. disfrutaba del contacto de los dos cuerpos. no disfruté del mal momento que me hizo pasar en el viaje que compartimos, porque evidentemente yo no estaba preparada y tenía actitudes de pendeja con expectativas que realmente no condicen con la condición de adultos. tampoco disfruté la última vez que la pasamos juntos. no era el momento. debía de haber escuchado a mi cuerpo, pero me lancé, como solía lanzarme a este tipo de aventuras, sin pensar nada. me volvió a llamar un par de veces, pero no me interesó contestarle. creo que se quedó enganchado con esa escena que le hice la última vez que lo iba a ver. él me había acercado a mi casa en su auto, y había frenado en una de las calles paralelas. como pensé que no lo iba a volver a ver, le encajé un beso. realmente me gustaba. y si era la última vez tenía que hacer algo. creo que eso lo debo haber imitado en alguna de las novelas para idiotas que ví durante mi adolescencia.

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