viernes, 6 de abril de 2007

Karma Camaleón

Acaso escribir tiene algo que me da tanto placer y cuando lo voy a comenzar a hacer, con ritual incluido, pues doy vueltas en cada uno de los detalles. Acaso tiene algún sentido esto que escribo? Acaso está dirigido a alquien? Acaso debe complacer a alguien? Puedo comenzar por el momento directo en el cual me sumerjo en mi costumbre tan preciada. Es domingo de principios de otoño. Mi afán por las fechas no me deja escurrirme de la tentación de aclarar 25-03-07. Me da placer montar esta escena, me lleva al romanticismo anhelado de la escritora joven, inteligente, linda, que tiene muchos años por delante para convertirse en la mujer que desea ser y en su potencial no explorado aún. Pero acaso, debo complacer a alguien? Acaso será una apariencia que oculta un superyo que no deja que se expresen sus sentimientos más puros. Si me la paso todo el tiempo juzgando lo que me da placer, lo que los demás ven en mi o no ven, si lo hago bien o lo hago mal, si estoy haciendo lo correcto. Por momentos una corriente me conduce y me confundo con todas estas preguntas que me alejan de lo que estoy viviendo. Poner todo en cuestionamiento hace más difícil la "tarea" de vivir el presente. Será que no puedo dejar de buscar aquellas etiquetas identificatorias. Será que buscar quién uno es a veces está más lejos de lo que viene siendo o será que está tan a la mano que sólo requiere de conexión y de conciencia.
Ayer fui al acto en Plaza de Mayo que memorizaba lo que ocurrió en el país en el que vivo, Argentina, allá por el 76. Yo nací luego de unos años de ese golpe, pero nací mientras duraba ese acto. A mi me compete como cuidadora de la gente con la cual me toca compartir el mismo suelo y la misma situación histórica. Es que ahora me convertí en un ser que ve las cosas desde sus estructuras. Esto es una circunstacia que no elegí, pero mientras habite en esta tierra abogo por los derechos fundamentales de todos los seres con los cuales comparto esta red de responsabilidades humanas. Si estamos todos conectados, pues entonces mi compromiso es más trascendental.
Ayer fui al acto porque tenía una necesidad de cumplir con mi obligación y derecho, por los demás, por los que no están y por los que vendrán a este mundo. Más que un acto político, para mi es un acto simbólico, como todos los pequeños actos de nuestras vidas cotidianas. La memoria sirve para vivir, para proyectar la existencia. Nos da identidad. Las heridas que no cierran, que aún sangran, nos conducen a repetir una y otra vez los mismos errores estructurales, aunque no sean exactamente los mismos en las circunstancias jugadas, expresan las mismas fuerzas en conflicto. Nuestro país es un país joven, un país hecho así nomás, sin pensar demasiado en un futuro, en una identidad posible. Un país que vive demasiado pendiente de las imágenes que otros abrazan, otros que no tienen sus raíces en esta tierra, que viven en otras tierras. Nunca nos pusimos de acuerdo acerca de qué era lo que queríamos como país, o tal vez nunca quisimos organizar un país, se fue dando incosistentemente. Y los que vinieron hace tiempo hicieron lo que ellos tenían ganas de concretar, pues no se sentían pertenientes a este lugar. Los que pertenecían a estas tierras fueron dominados, segregados, borrados de la naturaleza, oprimidos, encerrados, condenados a vagar por un territorio que no correspondía más a ellos de acuerdo con las leyes de ellos otros. Eso genera impotencia, resentimiento, poco compromiso, sumisión, incomodidad en la propia piel, desvalorización. Aleja a las personas de sus esencias, porque creen el cuento de que otros están en mejores condiciones para sentar las reglas, las bases de una "cultura". Una cultura que no tiene demasiado que ver con las esencias. Pero aquí, en la tierra, en la realidad humana, usamos máscaras para entrar en el juego. Algunos olvidamos que son sólo máscaras, roles, costumbres, funciones. Pero otros sabemos que debajo de esas máscaras se proyecta la luz de cada uno de nosotros, que no puede verse tan fácilmente, pero eso no niega su existencia. Más allá de los carteles que elegimos para nombrar lo que sucede, hay un sonido, una vibración que no se escucha tan fácilmente, pero esto tampoco niega su existencia.
Ayer, en el acto, había banderas de muchos colores, había muchos íconos reconocidos, había simbolismo cultural, una forma de sentirnos más acompañados, menos solos, una forma de identificarnos colectivamente. Algunos quieren pertenecer al rojo, otros al verde. Eso nos dice con orgullo el ego. Hay ideas representadas bajo estas banderas, hay palabras, muchas palabras, hay luchas, hay valores, hay historias de fundaciones y procesos, ideas sobre las cosas, ideas humanas de este tiempo que nos convoca a todos. Pero ideas que tienen su historia, su construcción. Música, ritmos, cantos, carteles. Lucha de gigantes. Y mi fragilidad testigo que marcha junto a todos ellos. La marcha es un proceso interno para curar heridas. Heridas que aún sangran. Es una forma de hacer algo con aquello que hicimos, de reconciliarnos, de perdonarnos. Yo no quiero venganza. Yo quiero aprendizaje y quiero proyectos futuros. Pero sé que no puedo avanzar si aún hay algo que vuelve que no se ha solucionado. Que no se ha hecho la paz, que viene como consecuencia de la justicia, de la objetividad. Es cierto que muchas veces no queremos entregar nuestro dolor, porque ese dolor es el que nos da identidad. Pero acaso sea miedo. Miedo al futuro, inseguridad. Miedo a crecer. A dejar atrás lo que va atrás, para seguir en el camino. Entonces como dice Drexler: "Deja que el tiempo cure...Deja que el alma tenga la misma edad que la edad del cielo".

No hay comentarios.: