miércoles, 15 de abril de 2009

alarmarla

Es sumergirse en el abismo de la página en blanco; en el abismo del vacío y la potencia y sus multiplicadoras posibilidades. Es pegar el salto y la red de la incertidumbre. En cualquier momento se me ocurren temas, cuestiones a tratar, tramas, diálogos, pensamientos iluminados por la lucidez de su verdad, pero justo acontecen cuando no hay oportunidad de manifestar su forma y darle realidad fuera de mi cabeza. Y cuando tengo la posibilidad acá, no se me ocurre por dónde empezar y de repente ya no encuentro nada en especial que me llame la atención para comenzar a desovillar. Muchas veces las cosas suceden a fuerza de precalentamiento. Se empieza a ensayar algo, se empieza con algo y eso lleva algún lugar que se desconoce de antemano, aunque haya una idea filosa que haya cortado la tela del molde. Pero muchas veces las cosas necesitan su tiempo para suceder. Y ese tiempo es el que ahora me tiene a las corridas. Está acotado y es artificial. Y eso me cuesta aceptarlo, porque necesito del escape de la realidad a otras realidades paralelas y no encuentro el momento de hacerlo. Y sin embargo, para mi es fundamental ese escape porque sino hay dinamita en mi cabeza, dinamita que me quema las neuronas y es tanta su energía que se mete por circuitos usados que no me aportan nada nuevo, nada que me de un respiro a la obsesión de pensar siempre en lo mismo, automáticamente hablando mis voces, describiendo, descifrando, conjeturando fantasías perniciosas, envenenando el resto de vitalidad que le queda a mi cuerpo mientras se mueve cada vez, envenenando cada detalle de la realidad que transito. Y quise dejar de pensar. Quise el silencio de hospital. Quise reprogramar las órdenes que me habitan desde el comando de mi conciencia. Intenté con la voluntad del inconformista, hacer un cambio de visión a través de la oposición de sentencias. Esto es, si se me ocurre negro, lo pinto de blanco con palabras opuestas. Y experimenté algo distinto. Sin embargo, a penas me descuidé, las emociones siguieron el curso de siempre. Ese curso predecible, que ya sabe qué va a obtener de tal acción- reacción. Lo más poderoso para cambiar es estar convencido desde el corazón y no sólo desde la razón. Desde la razón es mucho más fácil el cambio, porque la razón es volátil. Vuelta tan alto como si liviandad se lo permita. Las emociones están hechas de otra sustancia, que es un poco más densa, pero es mucho más poderosa porque motiva al cuerpo a moverse. Lo E-mociona. Lo pone en movimiento con su energía. En general, la inmadurez emocional genera este tipo de contradicciones. Mientras el pensamiento se sobreadaptó porque no le quedó otra, la emoción sigue tirando para atrás como un ancla de maldición pasada. Se arrastra como los presos arrastran su carga por los tobillos. Las emociones necesitan colores. Los colores tienen matices. La madurez le da matices a nuestras emociones. Y eso porque de alguna manera se han combinado con la sustancia de la que está hecha la razón. Como una mancha de tinta: un accidente irrepetible y único y muchas veces belleza.

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