jueves, 1 de julio de 2010

sustitución

http://www.youtube.com/watch?v=MBMeGfaY-cA
(Foto: Pau)
Porque ese día venía desprevenida, pensando en quién sabe qué. En la música que había escuchado todas las noches desde que me pidieron aquel tiempo. No. Me acuerdo mejor. Había sido la compañera de trabajo que me había dejado a tres cuadras del departamento. De suerte nomás, ese día había encontrado la chance de volverme en auto con ella por la panamericana. No siempre tenía esa suerte. Pero viajar a contramano nunca fue un problema para mi. Y creo que no pensaba en nada. Veía el cruce del semáforo, la gente que se miraba o se esquivaba a hora pico. Y crucé apurada, caminé apurada. Ví entonces al personaje letárgico vestido de pintor en el kiosco de diarios. Y como no pensé, le toqué la espalda. ¿Qué hacés por acá? -El desmesurado amor que le tenía, eso fue lo que me tomó desprevenida-. Era Marzo. Había pasado más de medio año de aquella brutal despedida. Yo tenía pensado irme directo a la estación de trenes, pero decidí encarar para el subte para terminar de una buena vez por todas con aquella historia de mierda. Y ese viernes, finalizó todo tal como deseaba y temía, en taxi bajo la tormenta a la estación de tren y del tren de vuelta a mi casa, por entonces lejos de la ciudad. Todo el viaje desconsolada; no me importaba nada, sola agitada desgarrada y aliviada, todo junto a la vez. Y esos seis meses tendrían que haberme servido de escarmiento para evitar tocarle la espalda aquella tarde desprevenida. Pero en su lugar, decidí invitarle a tomar un café. Y del café a la plaza. Y en la plaza el porro. Y del porro a la clase. Por unas semanas nos veíamos en secreto, porque me daba verguenza de mi misma aceptar la recaida en esa antigua pasión. En la misma plaza, le puse fin a las otras andanzas y me metí de lleno en la pesadilla otra vez. Esta vez sólo quería venganza. Hacerle pasar el mismo infierno que había vivido a su lado. Y así lo hice, Kali. De comienzo a final. Le odiaba tanto que me hizo trampa el destino y quedé atrapada. Perdí otra vez todo, menos su maldita compañía. Esa era la constante de la relación: Todo y Nada. Tardé tiempo en verlo cómo realmente era: un patético ser, mi patético espejo. Kali, vos sabés de esto: la proyección de la gran sombra; el gran enemigo es el gran maestro. Cada cual y su estigma de acceso a los umbrales de la sabiduría. Y si eso no fue suficiente, volví a buscarle más tarde, después de haberlo dejado en banda cuando su madre se metió en la historia: lo siniestro de la escena fantasmática había sido develado. Sí. Aquella noche en la sala de emergencias psiquiátricas haciéndose pasar por loco, con episodio histérico, mudo, mimetizando la parafernalia de escribir lo que no podía decir. Ni el psiquiatra de turno le creyó. Pero la madre sí. Ella quería verlo en ese lugar de necesidad para nunca dejarlo ir. En esa escena, tres son multitud, Kali. La última vez que volví era ya para tomar la decisión y hacerme cargo. Siempre me creí el papel de la víctima, Kali; la pantalla que justificaba despotricar la insensatez rábica, pero algo comenzaba a cambiar. Empecé a crecer y eso lo puso muy celoso porque ya no lo necesitaba como antes. Le contaba cómo me iba y lo único que hacía era tirar mis planes abajo. Y lo volví a traicionar una y otra vez, hasta que ya no me importó más y dejé de llamar. Kali, era yo la que buscaba el infierno y la destrucción, recién ahora lo acepto. Mucho tiempo después, cuando pude volver a confiar, entendí que el amor no es patética locura.