jueves, 31 de marzo de 2011

mar reo

Dicen que me mareo con felicidad. Fácilmente podría darte un poco de aquella luz para que estés listo a perderte en mi mambo extraño. Hay que bancarla porque ella se deja llevar por el ambiente de alegría borracha y no repara a su alrededor. Me quedé pegada a ese momento. Me quedé pensando lo que fue y lo que no fue y podría haber sido, pero no elegí que supieran que se fueran. Dejémosle un poco de aire para que respire aledaña a su respuesta.

Me fui a caminar junto a tu sombra mientras los pájaros pisaban sus sonidos a medida que yo pies en las baldosas iba recorriendo el camino de regreso. De todo esto el desequilibrio mayor fue romper mi computadora siendo conciente de que estaba tan pasada que esperaba un paso de magia para aventarla cerca de mis pies al momento en que se cayó al piso y rompió la disquetera. Eso me revienta de los desequilibrios que me convierto. Termino generando un límite explícito de daño evitable si hubiera pensado un poco más.

Qué música estará colocando en este momento a su despertar y si será que esta música está compartida con otra que se fregó en la cama nuestra ex cama. Y me qué cuernos me tiene qué importar.

Porqué todas las mujeres han de temer por su poder de atracción y ella sólo quiere pasarla bien sin preocuparse por las cuestiones de la propiedad privada de las relaciones estables.

Necesito de esa presencia masculina llegado el caso, cerca de mi aura envolvente. Necesito de esa presencia masculina platónica en fin conectada de algún modo invisible a los pliegues de mi realidad mujer. Si tan solo hubiera pasos menos calculados y me dejara ser un poco más me pondría cautelosa como una gata esquiva pero a la vez tan deseante de algún costado verbal que me acuñe con sus brazos algún indicio primaveral y ciego. Es prenderse de un espiral y dejarse devolver a los brazos anhelantes. No es una postura pseudo pose por si las moscas. Es un estado de ser martirio celeste celoso de escombros entre sombras y media sombras de los contornos indefinidos de la nocturna pasión que enajena las sonrisas encendidas en el retrato del relato ser.

Cada una de aquellas sonrisas tienen su talento escondido al placer de la vista futura. Pequeña pieza de asombro resplandeciente como néctar ámbar de primavera verdad revelada resfregando sus hombros en algún delicioso jugo.

Porque estar embriagado de vida con los ojos cerrados y los sonidos atentos repliegan a su ser de visión y paraíso. Y ahí es cuando te anhelo y me siento emparentada a tu presencia. Vivir zumbando como las abejas persistentes. Fundirse con la atenta respiración de ese amame amanecer.

Con qué intuición me reflejaba en el vidrio espejado de esa espera haciendo un paso cada momento más cercano. Una pertenencia tan audaz como insiste jugarse o jugarse por lo que desconoce hasta que lo acoge en sus senos desarmados de combates. Y con el viento prescindir de tu respiración ausente. A punto de explotar en un volcán de diversidades tristes.

Disuadirme de entenderlo todo de una vez y para siempre. Algo de misterio queda de resto en aquel vaso casi vacío. Los restos como cadáveres del carnaval trasnochado debes juntar.

El virus de la empatía ha empezado a surtir efecto. Tan sólo son palabras que compartidas van tramando un tejido de sentido. Una relación es como una larga conversación. Un amor es un largo vestido que viste el silencio de razones. Quería comerte las pupilas como a dos cerezas para deshechar los carozos corazones. Morderte las orejas. Dejarme comer la boca a besos derramando jugos extraños. Solitarios juegos de seducción que llegan a cenizas. Ecosistema mío.

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