lunes, 14 de mayo de 2007

Luchi, al tacho


"Tanto le temés que al fín sucede" (GCerati)


The facts are: otra vez desempleada. Y voy a explayarme tanto como fuera necesario; quiero desagotarme de palabras hasta sentir alivio y conformidad. Estos últimos días fueron meros intentos de comenzar a escribir para nunca terminar de hacer borradores. No me sentía cómoda, me sentía inquieta buscando y buscando algo que no encontraba en ninguno de los intentos que hacía. Hoy que tengo tiempo porque mañana ya no me tengo que levantar con el despertador para ir a trabajar pues porque ya no trabajo más allí, voy a intentar una suerte de catarsis reparadora. Por dónde comenzar? Bueno, ya que introducimos el tema con la frase ceratiana, seguiremos sus pasos. Desde hace unos meses ya presentía que me iban a echar. Más allá de haber atendido llamados que me informaban de información que me alertaba de la búsqueda de otra persona para reemplazarme, más allá de que me cruzaba con evidencia obvia por casualidad de sus intenciones, más allá de todo lo que dije y lo que me dijeron, más allá de lo que ví antes de que sucediera estaba el miedo. Antes de todo esto, fue el miedo. Miedo a mi ex jefe. Ahora lo puedo decir con justicia, pelado hijo de puta. Antes me escondía en la sumisión del silencio y en la cobardía de maldecirlo a sus espaldas. Ahora ya no me persigue. Pero estuve desde los comienzos perseguida por su mirada despreciativa que encajaba justo en el agujero de mi baja autoestima y del fantasma de la humillación denigrante y masoquista. Me habitaban sentimientos contradictorios: por un lado la admiración que tenía respecto de su inteligencia y de su visión aguda de águila azul. En el plano mental debo reconocer que reconocí desde el principio su capacidad visionaria de entrepeneur. Sabía que no era un jefe cualunque, sabía algo de su trayectoria, sabía y percibía que sabía lo que hacía, sabía lo que quería. En la primer y única entrevista que tuvimos a fines de noviembre, me dejé seducir por esa inteligencia. Por la ilusión del poder bien conducido. Y por la ingenuidad que me caracteriza cuando me entusiasman las ideas de otro. Claro... el tipo tiene de seductor lo que tiene de psicópata, como suele suceder a menudo. Y tiene de capacidad intelectual lo que tiene de discapacidad emocional, como también suele suceder muy a menudo. No me disculpo por estos juicios resentidos, más bien los justificaré a continuación y con moderación para que las emociones polarizadas vuelvan a su curso objetivo. Quedarme con la ira atragantada en los ojos resultaría muy infantil. Pero la bronca que siento resulta ineludible y me permitiré atravesarla para madurar este aprendizaje de la mejor manera posible.

Preciso historizar para entender. Y tal vez me remontaré más atrás de lo que esperaba. No es la primera vez que me echan de un laburo. Y lo lamento por el narcicismo magullado que me cuesta este reconocimiento, pero preciso también ser honesta. La primera vez que me echaron fue hace tres años. Trabajaba en TP, como telemarketer bilingue en customer care para Dell Computers. Se me había quemado la cabeza por ese laburo insalubre. Era mi primer trabajo formal y remunerado y estaba procesando una ruptura, una mudanza, una relación tempestuosa, y el recuerdo de haber vivido en los EEUU. Todo junto. Y junto a todo, este laburo que no hacía más que agravar mi insalubridad mental por el nivel de stress al me exponía y me sometía a diario. Yo no recibí el telegrama de despido, más bien me vine a enterar del mismo cuando llegué ese día de enero al trabajo y la supervisora, Lourdes, me citó en un cuartito escondido en el piso gigante de computadoras acopladas al son del verano y de los latigazos yankees. Y claro, me preguntó si no había recibido la notificación y allí se dio cuenta que ella sería la portadora de las malas noticias. Lo ví en la compasión de sus ojos y en la obligación de su mensaje. Solté algunas lágrimas, no sabía cómo procesarlo porque por un lado me sentía aliviada y por el otro humillada. Había hecho mucho esfuerzo para mantenerme al ritmo de las exigencias que me planteaban. Pero eso no alcanzaba ya que por las noches tenía la cabeza tan quemada que soñaba con los programas y los sistemas que me tenía que aprender para levantarme al otro día para atender las llamadas en líneas productivas. Recuerdo que mi familia estaba de vacaciones y yo estaba viviendo en la casa de A. Y recuerdo que no tenía a quién acudir más que a él que soltó unas palabras de las que nunca podré olvidarme porque era lo que necesitaba escuchar en ese momento: estoy orgulloso de vos. Muy pocas veces lo había escuchado así y de ese modo y mucho menos en esos momentos de fracaso cuando castigan y apuntan los cañones de la desilusión aunque ya estés agonizando en el suelo. Ese día lo festejé, me sentí relajada por primera vez en mucho tiempo. No había tenido el valor de renunciar a tiempo a tanto esfuerzo...

La segunda vez que me sucedió fue unos nueve meses después de ese episodio, una semana antes de cumplir años. Esta vez la notificación me llegó una mañana antes de ir a trabajar como de costumbre a Europ. Otro call center, pero esta vez de atención médica al viajero. Y esta vez me sentía más competente con mi laburo, pero también seguía procesando aquella relación rota, aquella mudanza y mi relación con A. estaba pasando por momentos tenebrosos desde hace tiempo y el final resultaba inminente y catastrófico. El telegrama lo recibió mi papá y yo me presenté al laburo dispuesta a finalizar mi tarea del día, pero no me lo permitieron. Luego de una charla con la idiota de RRHH me dieron el pase final, y ni siquiera tuve tiempo de despedirme de mis compañeros de laburo, con los cuales me había hecho muy compinche. La situación fue humillante porque nadie me podía mirar a la cara y era en lo obvio de sus miradas quienes fingían que se enteraban por primera vez. Me retiré entre lágrimas y recuerdo otra frase de un compañero, negra, tropezón no es caída. Sin embargo más bajo no podía caer en ese momento porque había perdido todo en función de conservar una relación que en ese momento nada me daba más que padecimiento. Había perdido el laburo, había perdido la regularidad en la facultad, había perdido la confianza de mis amigos más cercanos y de mi familia, había perdido la paz y la salud mental y en las próximas semanas también perdería a mi amante que me daría una patada en el culo luego de que yo le prestara la mitad de mi indemnización para concretar el buzón que me vendió de su proyecto de entonces en el cual yo le acompañaría como una ingenua damisela que hace todo por amor y aprobación cuando el rechazo es más potente, tan potente como lo es la locura y tan ínfimo como el amor propio. Allí es cuando me dije, flaca, más bajo no podés caer porque ya estás rozando el subsuelo de los infiernos, ahora sólo queda levantarte. Y eso fue lo que hice sostenidamente durante un tiempo, con ayuda de los antidepresivos, de la terapia, de mi familia, de mis amigos, de los viajes, de la escritura y de la música. Y empecé a reconstruirme de a poco, a forjar algo de esa nada que queda luego de las crisis de los cimientos de la psiquis. Y entonces, conseguí en unos meses trabajo como suplente por embarazo en la recepción de los cines de zona norte. Ya no quería más call centers. Me había dado cuenta de que no servía para eso, pero tal vez sí para recepcionista y esta era la oportunidad perfecta porque era temporaria y no requería experiencia previa y además estaba dispuesta a demostrar que podía si estaban dispuestos a darme una oportunidad y a enseñarme. Allí haría el cambio radiestésico de los trabajos tipo. Eran épocas felices en parte gracias a las píldoras felices que me generaban euforia y fortaleza y un poco de inconsciencia, además de la rigidez en las mandíbulas, pero era el empujón que necesitaba para ponerme a andar. Tuve mis amantes, mi alegría de día y mis recidivas de angustia por las noches. Reuniones sociales varias, viajecitos cortos algunos. Me puse a hacer danza contemporánea en el Rojas. Recomencé la facultad a recursar la materia pendiente que me trababa las últimas materias, psicopatolgía, y en el trabajo me sentía cómoda, me divertía y mis compañeras me ayudaban y tenía muchas cosas para hacer durante el día. Me sentía mejor conmigo misma y orgullosa porque le había puesto garras al despegue. Y el recuerdo de mi media naranja comenzaba a despegarse del resentimiento para entregarse al perdón y al entendimiento. Pero la vida tiene sus vueltas, y las situaciones que no se resuelven...vuelven para disolverse. Y me lo encontré de casualidad en la esquina de mi barrio por entonces, al volver del laburo un día lunes de marzo, un día que extrañamente lo había buscado toda la tarde en la web y en mis pensamientos. Y no pude resistirme a saludarlo shockeada y a invitarlo a tomar un café por allí cerca. Y no pude resistirme a su invitación a retomar aquellas noches amantes. Y volvimos de a poco al principio hasta que no pudimos controlar nuevamente las emociones que nos impulsaban a la simbiosis destructiva. Y allí no tardó mucho tiempo en generarse el nuevo karma. Había que saldar viejas deudas y no pude manejar el rencor. Si bien seguí cursando la materia que había empezado, hice lío por ahí, y de ese lío pues sin pensar demasiado lo que hacía, un enchastre tras otro, renuncié a ese laburo porque me generé las condiciones en mi contra para hacerlo y también me generaron un poco de confusión, me guiaron por caminos borrascosos bajo la ceguera de la posesividad. Lejos de mi centro no dejé de cometer errores que estuve saldando durante todo este último tiempo. Pero la reconstrucción ya había comenzado y de los errores aprendería aunque las lecciones fueran más sanguinarias, cuanto más miope la evasión. Conseguí otro trabajo que lo cedí a mi media naranja porque para ese momento estábamos conviviendo. Y no tardamos en demostrarnos que las cosas no habían cambiado, que eran aún peor, aún a pesar de todo el amor que decíamos que nos teníamos. Y salí expulsada por el horror de la evidencia. Y me fui sin aviso pero con temas inconclusos aún. Conseguí otro trabajo y prometí disciplinarme y demostrarme que podía hacer las cosas bien, pero la autodisciplina se tornó insoportable cuanto más insoportable era el silencio de la explicación que no llegaba. Y volví a buscar mis cosas y volví a recaer en la ilusión de los amantes eternos, pero la inocencia ya la había entregado con tanto dolor y frustración. En ese interín de volver a donde había decidido determinantemente que no volvería, renuncié a este trabajo que me prometía desafíos y beneficios bien merecidos porque me estaba rompiendo el culo, y me entregué a las ilusiones fáciles nuevamente. Esta vez me había propuesto resolver definitivamente esa inconstancia, ese doble discurso que no comprendía, esa ambivalencia, ese talón de aquiles que me arrastraba una y otra vez al mismo resultado. Y puedo reconocer que nos amamos, que ya no había desencuentro del que ama y del que es amado, sólo que no estaba tan convencida entonces de que se puede vivir sólo del amor.

Mientras estuve en Piedras 338, bajo la pirámide de cristal de luz natural y auténtica, fui realizando con más ímpetu y certeza este proceso que hoy ya no me conduce al vacío de la nada. Me las arreglé para rectificar mis deseos y para ir en busca de ellos sin tanta posposición neurótica. Preparé el final de Psicopatología determinada a cerrar ese capítulo de mi carrera y de mi vida amorosa, para encaminarme al nuevo capítulo que estoy forjando día a día con otras actividades que me generan placer y me ayudan a encontrar un lugar más acorde a mis intereses genuinos por la psicología. Trabajé mucho conmigo misma respecto a las relaciones con los demás. Tuve mis altibajos y son entendidos por algunos, y condenados por otros. Trabajé mucho conmigo misma justamente porque el jefe que elegí me confrontó con un punto súmamente débil en mi psicología: el temor al rechazo. El rechazo que genera en el otro la debilidad percibida del temor a ser auténticos y rechazados, el adelantamiento que genera la torpeza en el intento de complacer al Sumo Sacerdote Paternus.

Esta vez considero que fue el pedido desesperado de aceptación ante tanto rechazo y desprecio paternalista, lo que me inhibió. La proyección del miedo de ser rechazada, despedida, humillada, denigrada, no querida por lo que soy la que generó la sarta de torpezas adelantadas que hicieron de pantalla para salir expulsada, nominada de la casa de cristal del ojo que todo lo ve. Le demostré que no se equivocaba con lo que él pensaba de mi. Pues porque encontraba lo que quería encontrar de mi y porque yo me encontraba en esa devolución del espejo, porque no tuve la suficiente seguridad en mi misma para demostrarme lo contrario y porque fui cobarde. Sus palabras filosas hacían estragos en mi confianza y le devolvían desconfianza y exasperación. Dónde quería ver agujero, pues tenía visión sólo para eso. Agujeros tenemos todos. Algunos los saben disfrazar más inteligentemente que otros y con más gracia. Pero yo estaba demasiado tensa para pasar la prueba y dejarme ser, y soltar una sonrisa despreocupada y esquivar las misivas con altura.
También sucede que ya no quiero trabajar más de algo que no soy. No me quiero poner más las máscaras que no me quedan aunque el mercado laboral tradicional así lo exija, hay otras posibilidades laborales que aún no he contemplado porque me hallaba demasiado rígida y enclaustrada en esos parámetros. Porque no tenía experiencia, porque no me importaba demasiado en qué me desenvolvería, porque desconocía mis propios recursos y me quería adaptar artificialmente a un campo para el que no estoy apta. Porque a la vez que comía de eso, vivía despotricando contra eso y es así como se generan estas situaciones de discontinuidad en el doble discurso.
Esta vez no me tomó por sorpresa la noticia, si bien tenía alguna esperanza de que pudiera remontarlo. Pensé que sucedería tarde o temprano y aproveché ese tiempo mientras era perseguida para prepararme para el eventual telegrama de despido. También durante ese tiempo aproveché para embarcarme en actividades que alimentarían mi alma entonces ya no sería como las veces anteriores la humillación. Lo tomé con calma. Me aprovecharon para la mudanza, me dieron varios mensajes confusos, se comportaron de manera poco discreta y cruel entrevistando personas adelante mío y no respondiéndome los saludos, evitándome olímpicamente como si no existiera y ya al último tiempo le perdí el miedo y el respeto al águila polar, aunque ya fuese tarde. Sé que no es una mala persona. Sé que es compasivo. Sé que es exigente. Sé que es una persona difícil. Sé que no nos entendíamos, sé que no teníamos química y eso hacía imposible que trabajáramos en conjunto como la posición lo requería. Sé que dentro de todo la humillación no llegó a extremos de maldad, porque oscilaba, como debe seguir oscilando su mirada. Porque es una persona polar. Como yo. Sé que veía algo de mí que lo irritaba y sé que no es casual su irritación. Más bien reflejaría una cierta identificación no tolerada. Sé que yo no me sentía cómoda tanto como él se sentía incómodo y viceversa. Sé que han pasado muchas personas por mi posición y sé que su ánimo tiránico en el trabajo hace de pantalla a su sumisión en el matrimonio. Sé que tiene un padre terrible. Todo eso no lo excusa, lo hace humano. Tan humano como yo no pude hacerlo cuando lo conocí y me sometí por propia voluntad a sus arranques de ira. Sé que la pelada no le salió por casualidad, sino a fuerza de resitencia anal de brotes de chinche. Sé que muchos le temen y sé que los que no le temen le admiran. Sé que el sabe que genera eso y aprovecha las debilidades del otro porque en el fondo se esconde un niño temeroso.
En la entrevista donde nos conocimos me dijo con claridad y seguridad que la gente con él crece. Y realmente es así. Lo rescato como un maestro de vida, esos que hacemos maestros porque nos confrontan con nuestras propias miserias y como resultado aprendemos de nosotros mismos tanto como para que prosiga la evolución a la que estamos destinados. Aquí hay un punto de contacto fundamental con A. y ahora entiendo mejor a dónde me condujo la fluidez de este recorrido laboral y amoroso. Antes de irme, luego de que me dieran las noticias, subí las escaleras para despedirme de él. No me iba ofendida. Me iba en paz. Y quería decirle tantas cosas...y sólo atiné a responder lo que él me dijo por última vez, que tengas mucha suerte, con una sonrisa. Le respondí genuinamente y en confianza, igualmente y que les vaya bien, adiós, y gracias. La gente que conocí allí es muy valiosa. De todos rescato algo, de algunos rescato más que de otros, como resultan las afinidades energéticas y especulares. Alguno de estos días les dedicaré mis palabras. Hoy el monopolio discursivo fue del jefe.

Pues entonces, deudas han sido saldadas. Lo supe cuando llegué a la esquina de maipú y vergara y dejé atrás el pasado con cada paso que dí hasta cruzar el puente saavedra. Una vez más, cruza el amor como un puente...

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