martes, 8 de enero de 2008

abrazo de árbol


(coka´s eye for wise simplicity details)

Cuando a la niña la soltaron en el zoológico casero, revoleó sus chancletas chinas en la escalera de ladrillo, y saltó para hundir los pies en la ternura verdosa de aquel patio. Corrió hasta el fondo, allá había una jaula que ahora estaba desocupada, antes de la jaula una gran morera, sin moras, sin flores, pero con las hojas más en celo que nunca. Se percibía en el aire esa voluptuosidad que atrae al verano en el jardín. Los frutales de verano, duraznos y ciruelas, no dejaban de ser acosados por los bichos zumbosos, esos que a ojos de humano proyecta la lujuria de no dejar fruta sin picar. Los bichos no son ningunos zonzos, saben que la fruta sabe mejor cuando todavía está conectada al árbol y todavía fluye la energía madre de su planta productora. Había otro bicho con mucha ched, que era espantosamente excéntrico, se había puesto unas antenas bien largas y de colores, que mantenía apoyadas en sus alitas mientras se amamantaba feroz de aquella ciruela, la más violeta de todas las del árbol. Ella quedó un poco impactada con esa imágen, tanto que cuando descubrió ese habitante, era la primera vez que veía una cosa así, hipnotizante por lo guarango, lanzó un grito horroroso, el de temor de que los insectos se volvieran en contra de ella. Hay algo llamativo del mundo de los jardines, a simple vista todo verde, más o menos, pero en sus detalles hay micromundos imperdibles, como si los extraterrestres a quienes tanto tememos se hallaran presentes mamando de los ciruelos del parque. Y sin embargo, una constante, tanto insectos como ETs dan miedo, tienen imagen de pesadilla. Y en los sueños de niñez, a esa niña siempre le iban a atacar. La niña piensa un poco más, aprendió que cuando algo da miedo es un buen modo de descubrir de qué se ha vestido el deseo. Para desvestirlo, tornarlo más simple y directo, tan natural como otros seres de este mundo que no ametrallan, ni mienten, ni matan, sólo están inmersos en su cadena de vitalidad, no hablan, y son perfectamente coherentes en su sabiduría. La programación por especies, si es que alguna vez existió, no falló en esas ramas, comenzó a fallar luego cuando se introdujo un pensamiento, una palabra en el mecanismo perfecto para el que había sido creado. De todos modos, si no fuera por nosotros, los humanos, los bichos no sabrían de trascendencia, ni podrían dejar de cumplir aquel mandato para el que fueron creados en orden. Humanos venimos del caos, traemos el caos. Y redunda también que atraemos caos?
A la niña salvaje y curiosa, no le basta con esta explicación, ella sigue temiendo a los insectos, sobre todo aquellos que hacen ruidos, como las chicharras marranas que se ponen de mal humor cuando hace mucho calor, fuertes ruidos de zumbidos de cutículas, y que tienen caparazones endurecidos y antenas larguísimas. Le atraen más los que fueron inspiración del aire, las alas les dan esa posibilidad que no todos los insectos tienen, y también esa manía insconstante. Me imagino que si desde un poco más arriba se puede ver un poco mejor el panorama, la curiosidad se les ha despertado más que a los terrestres, también fueron hechos con múltiples ojos espejo que reciben luz para orientare desde diversos ángulos. Serían los bichos estéticos. Luego están los otros, los terrestres, un ejemplo es el pasivo caracol baboso, tiene cuatro cuernos, pero esos cuernos se deforman por turno, y por pasto más cercano, acaparan aplastando, salivando, con la perseverancia que ve el inconstante. Y no abandonan de ninguna manera su casita, más bien la llevan siempre a cuestas, hasta que mueren. Pero los caracoles no son enteramente de tierra, también los influye la humedad del agua, por eso un poco de forma inconsistente y muchos familiares vienen del mar, del río, del arroyo. Un bicho bien terrestre es la amiga hormiga, veloz, trabajadora, comunitaria, gregaria, cómo se parecen a los ciudadanos de las grandes ciudades, son las más capitalistas de todos los bichos, todo el día trabajando, de acá para allá, llevando y trayendo, no vaya a ser cosa de que se venga la lluvia, pero me imagino que la deben pasar bomba en sus hormigueros subterráneos, al menos los de las más altas jerarquías.
En el zoológico casero, la niña también interactuó con las plantas, sobre todo con aquellas que sacaban a pasear sus flores. Había flores corneta violetas y naranjas, las preferidas por las hormigas escaladoras, que sabían de dónde extraer la mejor esencia, posadas en lugares estratégicos, en los cuellos del volado. También estaban los jazmines, los del cielo que se abrojan y vienen en ramilletes y los blancos, pétalos más finitos, nada de abrojo y más perfumados. Otros eran los laureles de jardín que vienen en colores variados, ella conocío los rosas y los vainillas, ambos perfumados en vainillas, pero más frescas por el picor del laurel. Y a no olvidarse de las santas ritas, sobre todo las fucsias, con esa tela seca y traslúcida de enredadera elegante y sobria. Menos agua en sus pétalos, menos ternura, y sin perfume, pero preciosas quedan sobre todo cuando se secan entre hojas de libros con tapa dura, y se redescubren tiempo después, por sorpresa al pie de página.
Ahora más que zoológico, era un botánico el jardín que visitaba la niña que seguía interactuando con el sistema abierto a sus ojos despiertos. Siguió, de flor en flor, de pasto en pasto, de cantero en cantero, en la pileta se topó con el trágico fin de historia de un pájaro que flotaba ahogado, y con los gusanos que lo estaban convirtiendo en otra cosa distinta del antes pájaro. Le dio una bendición y hasta era cómico verlo al pájaro durmiendo en su antítesis, imaginose dos crucecitas en sus ojos y todo.
Todo convive, todo se mezcla, todo sigue su vuelo, camino, nado. Todo junto en el jardín botánico zoológico casero... contemplando terminó la niña, luego del abrazo del pino del techo, un poco del cielo, de las comunicaciones en códigos de los pájaros y de esas palomas gallináceas que parecen más buenas y respetuosas que las de las plazas del centro, también más torpes. La niña dio por terminado el paseo, volvió a los ladrillos, y a las chinitas despatarradas. Si tan sólo hubiese tenido esos ojos antes, podría haber disfrutado mucho más de la simpleza de un jardín casero, y reflexionó, un poco con culpa y otro poco con resignación, cuántas cosas le habían llegado tanto antes de que ella pudiera valorarlas realmente. Para eso quedan las memorias, y los cuentos que inventará más luego, despojados los sentidos, conviertiéndoles en nuevos sentidos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

TIA! VENGA!! QUE ABRAZO A ESA NIÑAAA FUERTE!!!! :D
BIEN POR LA MUJER QUE LLEVA ESA NIÑA DENTRO QUE LO HA VISTO!!!! :D :D

"La niña piensa un poco más, aprendió que cuando algo da miedo es un buen modo de descubrir de qué se ha vestido el deseo."

Entre nosotras, GUAPA! esto me lo has enseñado tú a mí, además de lo que siempre te digo, de que los vínculos no te atan sino que te expanden!!! Pero antes q esta última enseñanza, me he enseñaste eso que has escrito, el día que cruzaste la puerta de mi edificio! Y mencionó: "no suelo ir a casa de desconocidos" :D y a la vez al estar sentada con un pie dentro y otro cerca de la puerta!

A veces usted no se da cuenta, PERO ENSEÑA MUCHAS COSAS Y MUY PROFUNDAS!! SIN REGISTRARLO!!
Asi como otras, desde el principio me habló como si me conociera de toda la viday pudiese verme desde antes! :D

FELICITACIONES MAJA!! QUE ESTO Q TE HAS ESCRITO! HA SIDO MARAVILLOSO!! VENGAA!!

Y por cierto la descipción del caracol, PUAJ!!! Que asquerosidad!!, pero luego si hacemos el paralelo que hacía Vernaci, ya tanto asco no me da! :D

NO TE DETENGAS!!! QUE YO QUIERO SEGUIR LEYENDO!


Clotilda