miércoles, 18 de marzo de 2009

recomendaciones

Están los papeles hechos. Está el hecho en el papel. Sólo queda esperar a que comience Abril y con Abril algunas otras cosas que me harían muy feliz. Espero que con esos nuevos comienzos mi estado general mejore, mi ánimo repunte, y mis objetivos apunten a ser una mejor persona.
Porque en la vida las gratificaciones -a veces- tardan en llegar, tardan en relación a la impaciencia de que lleguen antes de lo que están hechas para hacerlo.
De eso me he dado cuenta últimamente. Ese vicio de vivir en el futuro parados desde un escalón más abajo (desde la perspectiva ansiógena) desde el presente, pero con la cabeza estirada hacia aquello que no sabemos - el escalón más arriba-, aquello que aún no llega y para lo cual aún no podemos dar su sucesivo paso.
De eso se trata la famosa cuestión de aguardar a que las fichas se acomoden solas. Cuando entramos en la desesperación, nos sumergimos en un caldo de bacterias que nos pudre el cerebro y no podemos ver ni más allá ni más acá, sólo nuestro ombligo desesperado y con pelusas - y ni hablar del caldo de cultivo de malestar desesperado!-. Tiramos manotazos de ahogado, se nos reblandece el sentido común junto con el cerebro podrido, hacemos olas, quilombos, generamos más cargas de las que podemos acarrear, cometemos muchos errores, algunos hasta irreversibles e innecesarios - como decir, más de lo mismo, que no aporta nada, más que nada resta mucho. Estamos descentrados, desequilibrados, desubicados. PARALIZADOS. Estamos "meando fuera del tarro" -por decir mal y pronto- tenemos el tarro frente a nuestro ojos pero el estado de estupidez nos hace enchastre y pérdida del tiempo en limpiar el enchastre. Se trata de prestar la atención requerida y de poner a congelar el mar desesperado para así tener los sesos fríos para pensar y para actuar en concordancia.
Si ud. tiene un sistema sensible a los choques eléctricos, energéticos, caloríferos, químicos, emocionales, estimulantes, un sistema de paz interior con umbrales lábiles, un sistema en alerta constante de peligro, pues absténgase de vivir en la ciudad. Absténgase de ser una persona normal, con una vida normal. Le recomiendo que se vaya a acampar a una comunidad de hippies que huirían de la realidad tan pronto como pudieran. Son otros tiempos y esta locura citadina enerva a cualquiera, especialmente a aquellos seres extremadamente neurotizados por la alienación a la normalidad establecida e imperante. Pero especialmente si ud. tiene tendencia a enfermarse de la urgencia y del terror; si cada vez que le toca enfrentar una situación cotidiana, salta por la tangente y genera una escena digna de telenovela femenina, le recomiendo que lo piense dos veces: considere la opción hippie o la opción rivotril. Si ambas están extremadamente fuera de su alcance, bueno, pues respire hondo y emerja del caos, renovado y lúcido: hágase adulto. Pague el precio de crecer. Póngase al día con las deudas infantiles.

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